En una época no muy lejana representar a algún partido significaba un gran honor y ser político era sinónimo de hombre probo, honesto y merecedor de respeto al cual los jóvenes seguidores querían emular por su prestigio y honorabilidad. Lamentablemente hoy ser político en nuestro país es menos prestigioso que ser albañil, barrendero o polizón, y aunque nos duela ello está debilitando al sistema democrático y teniendo en vilo a una sociedad que pagó con treinta mil personas y tuvo que hacerse cargo de la deuda externa más grande de la historia sin tener arte ni parte y sin entender de qué forma se gastaron dineros ahorrados con el esfuerzo de varias generaciones.
Los tambores deben sonar y retumbar los oídos de todos los responsables, sean ellos políticos, militares, abogados, caraduras o polizones.
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